sábado, 13 de julio de 2019

La vida es cambio





 
Lo que es de uno, es de uno.
Todos estamos hechos para algo, no podemos pretender dedicarnos a hacer algo para lo que no estamos hechos.
Los cambios en nuestras vidas son constantes, y si se saben aprovechar, han de servir para aprovecharlos y mejorar nuestras vidas.

Feliz fin de semana a todos.

El peor olvido





Cuántas veces no hablamos de olvido, y nos referimos a lo mal que lo pasamos cuando perdemos a alguien, de la forma que sea, y nos toca sufrir porque no nos queremos hacer a la idea de que esa persona ya no está en nuestras vidas.

Y sí, se pasa mal, por supuesto.

Pero hay un olvido bastante peor, que es el que ocurre cuando uno se le olvida lo que vale, se le olvida lo que le gusta, se le olvida incluso de que existe, o peor aún, se le mete en la cabeza de que su existencia en este mundo no sirve para nada y que no pasaría nada si no estuviera.

En un intento de hacer lo que todos esperan, lo que todos piensan que es lo correcto, de "hacer las cosas bien", me ha tocado vivir ese olvido muy de cerca. Aceptando un trabajo "estable", de esos, para los que tienes que salir de casa y haces tus ocho horas, cobras un sueldo mediocre y tienes que ponerle la mejor sonrisa a todo el mundo aunque algunas compañeras rocen el acoso laboral con sus continuos ataques impertinentes.

Al principio parecía un paraíso, sí. Oh, por fin, mis ocho horas con un sueldo estable, aunque la cantidad fuera irrisoria para ser un trabajo en el que empleas tres idiomas. Estaba muy a gusto, parecía haber mucho compañerismo, y los jefes unos encantos.

Hasta que en un mes se fueron tres personas de diez que eramos. Y me paré a pensar ¿qué pasa aquí?
Las cosas empezaron a cambiar y la gente comenzó a mostrar sus verdaderas caras, y no me gustó nada en absoluto lo que pude ver. ¿Compañerismo? Falsedad pura y dura. Critiqueos, soberbias y personas que se piensan con derecho de juzgar todo lo que dices y haces.

Llegaba a casa pronto todos los días porque el horario era bueno, pero llegaba tan agotada que solo deseaba poder descansar. No tenía fuerzas ni motivación para abrir un libro, para escribir, para hacer nada de lo que tanto me gusta. Yo cuando estoy mal, escribo. Cuando dejo de escribir no es que esté mal, es que estoy tan mal que no me apetece hacer nada en absoluto, y eso no es normal ni bueno.

Pero pensé que ya se me pasaría, y que no era para tanto. Después me dijeron que iban a incorporar a un jefe nuevo en mi departamento, y que esa persona era nada menos una persona que había estado trabajando allí ya hace tiempo y que habían criticado todos hasta la saciedad por impresentable.

Aún así, decidí no tener ideas preconcebidas, porque no todos somos iguales y no podemos caerle bien a todo el mundo, pero yo no conocía a esa persona y por lo tanto no iba a tener prejuicios.

Así que esta persona comenzó como jefe del departamento en el que yo trabajaba, y aunque puse mucho esfuerzo en seguir haciendo bien mi trabajo, esta persona, intransigente, controladora y para colmo borde como ella sola, hizo que los rumores se confirmaran por sí solos.

He estado en varios trabajos a lo largo de mi vida, y en todos he tenido superiores, pero ninguno tan bipolar como éste, que lo mismo estaba de buen humor que de repente te soltaba alguna de sus borderías y te dejaba estupefacta. Y que, además, te sigue cada paso de lo que haces y no te deja trabajar en absoluto de forma autónoma. Lo cual se traduce en que toda la motivación de hacer un buen trabajo se iba todas las mañanas al garete, cuando te hablaba con su superioridad crecida, no escuchaba nunca cuando le hablabas, y lo único que le importaba era tener la razón.

Coincidió, además, que yo me puse en tratamiento con un especialista que me recetó una medicación cuyos efectos secundarios hacen que no duerma. Esto se traduce en un total de 10 días sin descansar en condiciones, y muy nerviosa y - lógicamente - desconcentrada por el día.

Me fui a mi médica de cabecera, o mejor dicho, a la sustituta, porque mi médica lleva meses de baja, y esta mujer no tiene ni puñetera idea y en lugar de cambiarme la pastilla para dormir, me dió una medicación que era igual que la que ya tomaba pero con otro principio activo, y pretendía que me tomara las dos simultáneamente. De rebote, ya que llevaba tanto tiempo sin dormir y muy nerviosa, también me dio la baja. Lo único que conseguí fue seguir sin dormir y poner en peligro mi puesto de trabajo.

He estado toda la semana intentando hablar con la especialista, sin éxito, ya que no me ha devuelto las llamadas en ningún momento,y ayer me dijeron que se había ido de vacaciones (sin comentarios), así que pedí que me atendiera otro especialista, y, efectivamente, me confirmó que no me debía tomar estas pastillas adicionales que me recetó la famosa sustituta. Al menos me dió unas pautas de lo que debo hacer. ¡Por fin he descansado una noche entera!

En cuanto a la baja, sabía que me traería problemas. Pero es obvio que sin haber dormido y con lo nerviosa que andaba no podía coger el coche para desplazarme. Así que, por otra parte, esto me dio tiempo para pensar en por qué estaba tan mal, tan decaida y tan desmotivada.

Y me di cuenta, de que aunque me trajera problemas, yo no puedo hacer milagros, y mucho menos iba a sacrificar mi salud por un trabajo monótono en el que no soy feliz, y menos aún con un superior todopoderoso que creía necesario soltar sus borderías cada vez que le daba la gana delante de las compaeras para mostrar su poder sobre mi. ¡NO! Llega un momento en el que debemos plantarnos y decir ¡Basta ya!, y ese momento había llegado. Lo haría en cuanto pudiera volver al trabajo.

Lo curioso es que no me han dado tiempo, porque se han dado prisa en enviarme un burofax con la carta de despido, que antes que nada, tengo que ver con alguien que entienda, porque no acaba de ser legal despedir a alguien mientras está de baja, por mucho que te inventes como motivo cosas que no son ciertas.

Así que como veis, las cosas antes o después se resuelven por sí solas. Sigo pensando que todo pasa por algo. Este trabajo me sirvió de mucho, y me ayudó a pasar la mala racha que pasé cuando mi hija decidió irse de casa con el peque. Y me ha servido también para darme cuenta de que yo no soy animal de jaula ni de trabajos monótonos. De que lo que me gusta es la traducción, y si he podido sobrevivir tantos años como traductora, incluso mientras criaba a mi hija, ahora que estoy sola, puedo centrar todas mis fuerzas en ello y me puede ir bien, igual que les va bien a otros.

La traducción, los idiomas y la escritura son mi pasión, todos lo sabéis. Apartar todo eso de mi no me ha hecho nada bien, porque a parte de que ya estoy pasando una depresión, me separé de todo lo que me gusta en esta vida. La traducción te hace crecer, porque con cada proyecto acabas aprediendo algo nuevo, es emocionante, te abre nuevos mundos. La escritura desahoga, crea mundos en los que uno mismo y los demás se puede perder cuando lo que está ocurriendo en éste es demasiado duro de sobrellevar. ¿Qué cosa más hermosa puede haber para dedicarse a ella? NINGUNA.

Por eso, aquí me tenéis de nuevo. Traduciendo. Escribiendo. Viviendo. Y sobre todo, acordándome de mi misma, y centrándome, para que nunca jamás pueda volver a olvidarme de mi misma. Porque si ya es duro que los demás te olviden, o tener que olvidar tú a los demás, o al menos hacerte a la idea de que ya no están en tu vida, lo peor de todo es el olvidarte de todo lo bueno que hay en ti, de todo lo que vales, y de que sólo hay una cosa que realmente debe importante antes que cualquier otra cosa: tú misma. Porque sólo si tú eres feliz y te valoras, puedes hacer feliz a los demás y llevar una vida plena.