En nuestras vidas siempre hay luz y oscuridad. Es imposible tener lo uno sin lo otro, igual que el arcoiris no existe sin la lluvia, ni la alegría sin la tristeza.
Hay momentos bueno y momentos malos, pero todo pasa siempre y cuando tengamos algo a qué agarrarnos y que nos dé esperanza.
¿Pero qué pasa cuando perdemos ese algo y todo alrededor se torna oscuro? Caemos y no tenemos fuerzas para levantarnos. Ni siquiera sabemos cómo hacerlo. Tocamos fondo, y lo peor no es eso, sino que no somos capaces de ponernos de nuevo de pie y cualquier cosa que nos ocurra a partir de ahí pesa sobre nuestras espaldas como una losa. Estamos perdidos.
A mi me ocurrió hace muy poco. Perdí el norte, el sur, y cualquier otra orientación que pudiera y debiera existir. Me perdi a mi misma. Perdí la esperanza, perdí la fé en todo, perdí las ganas de vivir, las fuerzas para seguir luchando.
Y ahora, que he levantado cabeza, que me siento de nuevo bien y he entendido y aprendido muchas cosas de esa mala experiencia, he comprendido por fin que tener fé no tiene por qué significar creer en Dios ni mucho menos.
Pero ¿qué es la fé entonces?
Cada uno tiene fé en lo que más le convence. Algunos creen en Dios, otros en Jehová, otros en los Alienígenas que según ellos algún día vendrán a rescatarnos...
Yo perdí la Fé en Dios desde muy jovencita, por motivos personales que marcaron mucho mi vida. De la iglesia no quiero ni hablar, para mi no es más que una organización tipo secta que lava el cerebro a sus adeptos para que adopten sus ridículas creencias. No creo, aunque respeto a los que creen.
Después tuve fé en el matrimonio. Tuve fé ciega, hasta que me di de bruces con la realidad y me di cuenta de que tampoco se podía creer en él. Pero de él nació una niña maravillosa y muy deseada que ha sido el motor de mi vida desde entonces.
Hasta que en plena adolescencia todo empieza a cambiar y a veces, en situaciones extremas, también comencé a perder la fé en ella. Me quedé sin nada en lo que creer, porque aunque soy consciente de que nos une un lazo irrompible y que nos adoramos mutuamente, los problemas pudieron conmigo y me quedé sin luz.
Mis alas se habian roto. No sabía como salir volando desde el pozo en el que había caído y que me estaba engullendo.
Desde que salí de esa situación me he estado preguntando qué es entonces en lo que puedo creer en esta vida.
Y ayer, por fin, sin ni siquiera estar pensando en ello, me di cuenta. Me acordé de qué es lo último que vi antes de verlo todo negro y qué es lo que vuelvo a sentir ahora y por lo que me siento tan bien:
Vi que lo más importante es nunca, nunca, dejar de creer en la magia. Ella es la que me mantiene viva, positiva y con ganas de seguir luchando por feas que se pongan las cosas.
No hablo de magia de brujas con bolas de cristal y hechizos para convertir a principes en sapos y viceversa. ¿O quizás sí? Puede que sólo dependa de a través de qué tipo de cristal miremos las cosas.
Hablo de la magia que hay en todo lo que nos rodea. No de un Dios (o quien sea) que ha creado lo que nos rodea. Sino simplemente, de lo que nos rodea, sin más.
La belleza de la naturaleza. El olor de la hierbra fresca recién cortada. El brillo en la mirada de un niño. Los colores resplandecientes del arcoiris después de un mal día con lluvia.
La magia de tener amigos que aún en la distancia se sienten tan cerca. La de tener una hija que adoro con todas mis fuerzas y que a pesar de hacer trastadas, como buena adolescente que es, me quiere como nadie en este mundo.
La magia que hay en la mirada de mis animales cuando vienen a por mimos, a jugar, o simplemente a hacerme la puñeta. Ese amor desinteresado que nadie les pide, pero ellos dan. Porque son así. Y a pesar de ello, mucha gente no los aprecia. Igual que las demás cosas llenas de magia en nuestras vidas, que son muchas.
Por fin sé qué es por lo que me levanto cada mañana y lo que me hace sonreir y dar gracias a estar viva, por difíciles que sean las cosas: La magia de la vida en sí. Y con ello, la magia de creer en nosotros mismos.
No dejéis nunca de creer en la magia. Buscadla en cada detalle que os rodea, por pequeño que sea. Si miráis bien la encontraréis.
Porque esos pequeños detalles son los más valiosos, y son el verdadero motor de nuestras vidas.
Claudia Aragón García, 20.05.2017