jueves, 22 de diciembre de 2016

Los amantes: Teoría y práctica del amor escondido. (Luis J. Torres)

Los amantes. Eternos incomprendidos, juzgados por el resto del mundo. Comparto este precioso escrito por Luis J. Torres que he encontrado en la red, porque no puedo estar más de acuerdo con él.

Espero que lo disfrutéis.

Los amantes: Teoría y práctica del amor escondido.

No cualquiera puede ser amante, es un trato con uno mismo y con la otra persona, es la promesa constante de hacer feliz, de estar siempre allí,  de hacer sonreír. Ser amantes es brindarse un amor desinhibido, es, en palabras de Sir Oscar Wilde: el amor que no quiere decir su nombre.

Son justamente estos amores los que dan vida a aquellos y aquellas que se pensaban fríos y sensatos. Estos amores siempre en juego son el lado oscuro de la luna, son el aceite que hace girar la rueda del progreso, son la vela encendida en la oscuridad del hogar, en el frio de la cama.
Los amantes son los que se obedecen por fin a si mismos, los que escuchan recién a sus cuerpos y a sus almas. Son ejemplos  de civilización humanista, la negación de la maquina y de la álgida razón. Es, la negación de lo establecido, una revolución del espíritu, una lucha por los derechos a el placer y la satisfacción. Es atreverse a cambiar todo lo conocido y acostumbrado.
Pero, es también volver loco de placer al otro en ese juego eterno y constante, pero siempre cambiante, jamás aburrido, que es el abrazo perfecto.
Ustedes no quieren palabras sensatas cuando se habla de los amantes, quieren pasiones desbordadas, escenas increíbles de destreza y técnica, de resistencia y potencia, de alquimia sexual.  Los amantes son más que eso, hablare de los amores furtivos, los amores negados y que son los más disfrutados, que son fuertes por la fuerza que produce lo difícil de su situación. De lo excitante que es amar así por lo que entraña el peligro de ser descubiertos. De esconderse y amarse profundamente, desesperadamente, ese aprovechar las pocas horas que se tienen juntos para poder besar esos labios que esperaron pacientemente, languideciendo de calor y deseo ante esa persona que si nos despierta calores terribles, tropicales. Calores que no apagan ni siquiera los inviernos mas crudos ni las ocupaciones mas cansadas, amantes que se imaginan durante la vigilia, que se translucen por entre los rayos de sol y que se sueñan en las noches de luna y estrellas.
Los amantes no duermen jamás, ellos esperan, sueñan siempre con un próximo encuentro y sus labios buscando los labios del amado, besando el aire o la almohada, esperando que algún dios sea benévolo y cumpla el milagro del encuentro y el extravió. Para la unión completa y total de espíritu y  materia, de sudor y saliva, de pericia y paciencia.
Ellos no han de ser jamás egoístas, ambos se buscan en el otro, y mientras retozan y retuercen, ambos se buscan en la mirada y tratan de ver su reflejo en los ojos ansiosos y excitados. No pueden permitirse que esos escasos momentos se pierdan y por eso dan todo de si para que todo sea perfecto. No anteponen jamás su placer, buscan el máximo placer de su compañera o compañero, por que saben que en el placer de la otra persona esta la clave del amor verdadero, y por eso saben que el verdadero nirvana reside en las emociones que despiertan y en las sensaciones que hacen florecer. Ellos no pueden ser egoístas, ambos tratan de dar el máximo placer que la carne y la imaginación puedan darse y por eso mismo aplican toda su sapiencia y control, toda la armonía necesaria para lograr el ideal; el abrazo perfecto y profundo que se desencadena en ese vendaval, ese remolino y ese mareo, en ese grito ahogado,  oh, como dicen en Paris, esa sabio pueblo de amantes inmemoriales, buscar Le petit mort.
Pero, no, no piensen mal, ellos ha sido estigmatizados por los que no sonríen, por los reprimidos, por las sociedades aburridas, por las hipócritas.
No son solo copula y éxtasis, no, desengáñense, no todo es solo una unión salvaje y continua, no, ellos se quieren de la manera en que deberían quererse todos, pensando siempre en que la otra parte no sufra ni padezca por nada ni por nadie. Haciendo que esas horas o días que estarán juntos sean casi eternos, haciendo que cada segundo valga la pena y que cada palabra sea un poema. Observando el sueño y velando su descanso, esperándolo con una gran sonrisa y ofreciéndole sus amorosos brazos abiertos, el cabello limpio y perfumado de incienso y mirra, de especias orientales y rosas recogidas en la tarde.
Ellos sufren, y de ese dolor terrible es culpable el destino, ellos, ellos no tienen la culpa de estar ya casados, o con hijos. No tienen la culpa de haber encontrado a sus almas gemelas en tiempos diferentes, en otras latitudes, en países exóticos, en mares extraños. El destino es el que hace que conozcan sus amores en años diferentes, en tiendas de libros, en bares alegres, en hoteles de paso.
Se aman, y su amor tiene el encanto de las calles que ellos cruzan fuertemente abrazados. A veces, temiendo ser reconocidos, y entonces ellos se van, a paso rápido, donde su amor no sea interceptado, y ya solos, explotan en besos y miradas, y se buscan las bocas envolviéndose las lenguas en capullos de seda y corales. Se acarician, se observan detenidamente, como si temieran cerrar las pestañas y perder esa imagen adorada. En la cama de hotel, en la cama desordenada, el le canta viejos boleros, baladas, romanzas. Ella le habla con cariño infinito en lenguas desconocidas, mientras saborea su piel con los dedos, recorriéndolo palmo a palmo, como haciendo un mapa de su cuerpo, como para reconocerlo hasta en las noches mas oscuras.
Los amantes pueden ser de diferentes países, de colores y lenguas, pueden pensar diferente, pero nada de eso logra impedir que ellos se busquen ávidamente, que se extrañen y se esperen, no hay distancia para los hilos de plata que se trazan entre ellos, no hay razón que valga para su amor de adolescentes, por que no importa que edad tengan, ellos siempre serán dos niños que se necesitan como solo un niño y una niña pueden necesitar de un abrazo y un te quiero.
No importa cuantas vidas o parejas estén en su pasado, el amado siempre será el primero, y, en sus corazones, serán también los últimos, y los únicos de ese universo que es la vida de una mujer y un hombre enamorados.
Amantes, hombres y mujeres acoplados perfectamente, en el abrazo perfecto, unidos en un solo corazón, latiendo a la distancia, haciendo planes de encuentros, de besos volados, de cartas ardientes, de deseos lejanos.
Los amantes, tocándose los dedos bajo las sabanas, mirándose profundamente, sabiendo que quizás esa sea la última vez que se ven.
Lloran a escondidas, lamentando no poder ni siquiera rozar una mano, apreciar quizás, su imagen a lo lejos. Por eso urden planes, trazan planos, fijan horas, buscan excusas, escapan por unos días. Las miradas cómplices de los hosteleros los acogen. Afuera, la ciudad gris camina su paso cansado, con su suave garua humedeciendo las aceras y avenidas.
Dentro del hotel, un hombre y una mujer están absortos en su ritual mágico, adorando el Lingan y el Yoni, Tantra de los sentidos, de los despertares. Yoga del aire, del cielo, de la tierra. Buscando los ángulos no buscados, reencarnándose en los Nirvanas del mareo y la maestría del beso de kamala, ahogándose en el Kundalini, alimentando la serpiente mágica del orgasmo continuo.
Oh, divinos amantes siderales, oh incansables centauros de los caminos, oh bellas ninfas de los ríos, princesas europeas e Incas citadinos. Le escribo a la que esta lejos, a la que suspira, tan dulce y ardiente, y de pies fríos.


25 julio de 2010 – Luis J. Torres


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