lunes, 23 de abril de 2007

Quién me lo iba a decir


Quién me lo iba a decir a mí, catadora de hombres, lujuriosa, siempre a la búsqueda del placer fácil, puro y duro, puta por vocación y por ovarios, pisoteando amores, sentimientos, cansada de amantes que no se daban cuenta que su tiempo acababa en el mismo momento que el polvo compartido, en el coche, en una habitación de hotel, en cualquier parte. Amantes de cualquier edad, de todos los tamaños: pequeños, grandes, más grandes o medianos, rubios, morenos, pelirrojos o calvos. Nada era importante, sólo el placer de la conquista, el gusto por saberme deseada… y luego el abandono, olvidando nombres que nunca había aprendido, miradas, besos, frases susurradas.

Nadie nunca me habló de hombres que atesoran placeres, ocultos en las yemas de sus dedos. Con ojos como espejos profundos que al mirarte se vuelven transparentes y te devuelven la imagen más hermosa de ti misma, esa que sueñas que eres y no eres. Hombres de voz serena que jamás desfallece, mientras cuentan historias increíbles como una melodía hipnotizante. Y cuando besan, su saliva es la fuente del deseo inflamando los labios que se ofrecen abiertos y vencidos. Y te follan el alma hasta hacerla explotar convertida en infinitas luces de colores como el cielo en noche de verbena. Nadie me habló de ellos, pero existen.

No es fácil encontrarles. Pero a veces, creo yo que a causa del destino, te encuentras con alguno y sientes una extraña desazón en el ombligo. Y sabes que ha llegado. Nunca lleva equipaje, ni un cepillo de dientes, como aquel caminante que está sólo de paso por tu vida. Pero él se queda. Se queda para siempre, no hay alternativa.

No me hablaste de eso, madre. Quizá pensabas que no me iba a hacer falta. O quizá no sabías que existían. Ni la abuela, que con palabras sabias me enseñaba las infinitas formas en que el placer se hace dueño y señor de los sentidos, me relató jamás un hecho parecido. Y ahora yo no sé que hacer con él, con su eterna presencia.

Tengo el cuerpo plagado de espinas diminutas que ha ido clavando en mi piel con cada encuentro y cada despedida. No temas por mí, madre, que no duelen, son la medicina que mantienen con vida mis órganos vitales inyectándoles en dosis milimétricas el valor necesario para esperar con calma: el deseado abrazo, la caricia leve, el beso apasionado.

Nadie me habló de eso… no estaba prevenida.

Post publicado por ladesordenada en su blog
Cajón Desastre

2 comentarios:

  1. es un buen escrito pero ella parece una estúpida, cada día me lo demuestra
    M.

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  2. Hola Embrujada, ante todo muchas gracias por publicar aqui este texto y facilitar el enlace a Cajóndesastre. Te encontré por casualidad y veo por tu perfil que somos casi vecinas.
    Permíteme ahora que le diga unas palabras al amigo "anónimo".
    Agradezco que este texto te parezca un buen escrito y agradezco también el juicio de valor que me haces sin siquiera conocerme. Me gustaría saber los motivos por los que te parezco estúpida, no por nada, sólo por simple curiosidad y porque a lo mejor tienes razón y doy esa imagen que al parecer tú tienes de mí, o simplemente soy estúpida. Y por cierto, tengo que buscar ese adjetivo en el diccionario porque no tengo muy claro su significado. Y por cierto también, cuando alguien tiene lo que hay que tener para dejar una opinión así, también debería dejar su nombre bien clarito... qué maravilla es el anonimato.

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