Hoy toca hablar de verdades, y de cosas de las que predicamos a los demás pero no nos aplicamos.
En posts anteriores hablo de decir te quiero, de ser sincero con uno mismo, de tirar "palante", de luchar y de muchas cosas más.
Pero quizás sea cierto eso de que en muchas ocasiones digamos las cosas para convencernos nosotros mismos, porque somos los primeros en no darnos cuenta de que no nos atenemos a lo que decimos.
Es cierto que por mucho que predique que no hay que elevar muros, que no sirven de nada, que hay que ser uno mismo y que el miedo es humano pero no invencible, yo soy la primera que sigo inconscientemente detrás de mi muro, sin dejar traspasar lo que realmente quiero decir o lo que realmente siento. Y es curioso que aunque en el fondo sea consciente de ello, realmente sigo sin darme cuenta cuando lo hago, o simplemente no le doy importancia.
Como siempre, pretendo que me demuestren, que me den... y doy, doy mucho, pero aún así sigo recortando a la hora de dar, y quizás precisamente en lo que menos debería.
Siempre he dicho que soy un caso irremediable y que cuando doy, lo doy todo de mi, o no doy nada. Nunca he tenido termino medio, es cierto. Pero aunque no me dé cuenta, no es cierto que siga siendo así. Recorto, doy hasta cierto punto, y aunque demuestre lo que sienta me cuesta mucho decirlo y sincerarme con lo que siento. Es cierto que lo hago para no parecer vulnerable... ¡pero qué tontería más grande! Qué más da que no lo diga, si lo siento, y si lo demuestro... si el daño ha de venir, vendrá igual.
Y lo mejor de todo es quejarme de que otras personas pretenden que yo tenga una bola de cristal para ciertas cosas y yo misma pretenda que ellos también la tengan, aunque para adivinar otras cosas... es curioso como nos cambia la vida con los años y en qué nos convierte.
Pero se agradece tener al lado a personas que te dicen lo que ven y te hacen dar cuenta de estos pequeños grandes detalles. Que quizás pequen en unas cosas, pero te hacen ver que tú también pecas, aunque de otras. Que te vuelven a recordar que nadie es perfecto. Que todos nos podemos equivocar, qué gran verdad. Que no tiene sentido no decir lo que uno siente.
Y que, también es cierto, un silencio dice más que mil palabras... aunque si yo pretendo no tener que dar las cosas por hechas y que me las digan, lo mejor que hago es empezar dando buen ejemplo...
Gracias de nuevo, por recordarme una lección que aunque ya la conociera, no me estaba aplicando.
Te quiero.
Te Quiero a Las Diez de la Mañana
ResponderEliminarde Jaime Sabines
Te quiero a las diez de la mañana, y a las once, y a las doce del día. Te quiero con toda mi alma y con todo mi cuerpo, a veces, en las tardes de lluvia. Pero a las dos de la tarde, o a las tres, cuando me pongo a pensar en nosotros dos, y tú piensas en la comida o en el trabajo diario, o en las diversiones que no tienes, me pongo a odiarte sordamente, con la mitad del odio que guardo para mí.
Luego vuelvo a quererte, cuando nos acostamos y siento que estás hecha para mí, que de algún modo me lo dicen tu rodilla y tu vientre, que mis manos me convencen de ello, y que no hay otro lugar en donde yo me venga, a donde yo vaya, mejor que tu cuerpo. Tú vienes toda entera a mi encuentro, y los dos desaparecemos un instante, nos metemos en la boca de Dios, hasta que yo te digo que tengo hambre o sueño.
Todos los días te quiero y te odio irremediablemente. Y hay días también, hay horas, en que no te conozco, en que me eres ajena como la mujer de otro. Me preocupan los hombres, me preocupo yo, me distraen mis penas. Es probable que no piense en ti durante mucho tiempo. Ya ves. ¿Quién podría quererte menos que yo, amor mío?